Texto de Andrés Ovalle
Entre
agujas y letras, homenaje a Jorge Teillier es el nombre de la
exposición que Claudia Tapia muestra hasta el 30 de noviembre en el instituto
Chileno Norteamericano de Cultura de Valparaíso.
Todo lo
relacionado con el poeta Jorge Teillier me evoca un viaje por el lenguaje y los
paisajes del sur; los trenes, el vino, los queltehues, la lluvia, el hallazgo y
su amistad con el artista Germán Arestizábal, y esto último porque ambos
realizaron libros –rarezas- donde arte y poesía llegan a un diálogo de compleja
profundidad creativa (*)
Teillier
nunca recibió en premio Nacional de Poesía, así como Arestizabal aún espera el
Nacional de Arte en Valdivia, aunque sabemos que pese a la grandeza de sus
obras no lo reciben porque no pertenecen a la academia ni sus carreras
circularon entre las elites del arte chileno, sino por el contrario, sus obras
se concretaron en el borde, en la frontera humana de lo imaginado y en medio de
estaciones y tabernas de provincias, lejos del glamour y las pompas del
beneplácito oficialista.
Con estos
pensamientos en mente llegué a la exposición Entre agujas y letras,
homenaje a Jorge Teillier, donde Claudia Tapia interpreta la poética de
Teillier usando signos objetuales que asemejan el encuentro de un pueblo
perdido en el desierto -una memoria en grises y colores tierra- y que
pareciera arribamos luego de un viaje en el tren de la poesía para descubrir
hallazgos arqueológicos y voces que el viento mueve a través de la pluma del
poeta.
En esta
aventura arqueológica palpita la voz de Teillier:
Un vaso de cerveza
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra.
Su voz se
escucha como huellas y sedimentos de una cartografía ausente; como un mapa que
señala recorridos para encontrar su naturaleza intuitiva; mapa que Claudia
desentierra y con el cual sigue secuencias de escritura para develar la belleza
en obras que se abren como ventanas al mundo íntimo del poeta.
“Aún se pueden ver en el barro las pequeñas huellas
del queltehue muerto esta mañana” Jorge Teillier.
Claudia
crea un montaje expositivo que sorprende por su elegancia y que unifica
mediante color y el trabajo de superficies, fondos manchados por capas
delicadas de pintura que evocan memoria. La artista teje planos de texturas y
significaciones ornamentales sobre los cuales dispone su imaginería encontrada:
telas, papeles, huesos, cartas, camisas, plumas, candados, botones, timbres,
figuras de plástico, y todo un vocabulario asociado a lo objetual y al gesto
plástico, elementos que van formando una lectura capaz de cautivar el interés y
la percepción del receptor.
En estas
obras el protagonista es Teillier y la artista se encarga que así sea,
quedándose ella tras bambalinas (en su oficio de directora de arte para cine y
donde otros se lucen), lo cual se agradece porque no impone su lirismo visual
por sobre el lirismo del poeta, sino que lo deja palpitar en cada
significación, en cada una de sus meditaciones visuales.
También
reconocemos en la propuesta un planteamiento de semejanzas que guían la
interpretación de los textos, una similitud donde se relacionan objetos -un
juego de símbolos- en el que se conserva la identidad de cada cosa para que
puedan asemejarse a las otras y aproximarse a ellas. Esta reflexión sobre el
lenguaje y las cosas nos recuerda Las Palabras y las Cosas de
Michel Faucault: “la semejanza ha desempeñado un papel constructivo en
el saber de la cultura occidental. En gran parte, fue ella la que guió la
exégesis e interpretación de los textos; la que organizó el juego de los
símbolos, permitió el conocimiento de las cosas visibles e invisibles, dirigió
el arte de representarlas.”. Y esto porque estas composiciones son una
representación de la poética de Teillier, siguen el hilo del lenguaje para
llegar a su semejanza, a su dualidad desde la creación.
Claudia
asemeja la escritura desde su propia escritura, es decir, con agujas e hilos
escribe el reflejo de cada texto, tomando del imaginario de los perdido su
vocabulario, el que organiza siguiendo la intuición y dejando que los objetos
ofrezcan sus asociaciones intrínsecas, posibilitando discursos y nutriendo la
mirada de una luminosidad especial que asemeja las superficies a un mapa de
viaje, mapa donde Claudia y Teillier dialogan de arte y nosotros los observamos
tras la dimensión de una realidad que no es tal sino poética.
La
exposición cobra su dimensión más elevada –vivida- cuando nos introducimos en
la esfera íntima del poeta, en la recreación de su entorno y lectura cotidiana.
Esto gracias a una escenografía compuesta por paredes cargadas de cuadros que
también son poemas; una mesita junto al sillón vacío de Teillier y donde hay
cartas, una taza de té, libros, una lupa, una copa de vino y otros objetos
sobre miles de cáscaras de nueces que bajo los pies forman una alfombra,
logrando un cuerpo tridimensional que consigue identificarnos con la ausencia
de quien dejara su vida en ese espacio habitado por sus palabras y sus cosas.
En este
encuentro arte-poesía existe un sello personal de accidentes y situaciones
donde resuena una estética híbrida, una alquimia de técnicas y materiales que
revela un vuelo alto sobre el territorio de Teillier; un vuelo sobre el legado
de una obra que es territorio de tránsito para la poesía chilena.
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